Por Jorge Eliécer Pardo
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Maquiamelo, Jorge Eliécer Pardo y Álvaro Medina |
Alucinante es la palabra adecuada para enfrentar el universo de Maquiamelo,
un artista que nos confronta con mundos de doble cara, moldeadas desde lo grotesco
unas veces, desde lo tierno otras. Lo esperpéntico en lo político, lo dulce en
las divas que han poblado nuestras vidas, que aún nos invaden en sueños
imposibles. El Doppelgänger[1]
de los alemanes, las máscaras del teatro griego, el doble plano de la moneda,
el rostro de Saturno devorando a su hijo en el instante tétrico que nos dejó
Francisco de Goya. Cabezas y mundos reducidos para un discurso extenso como la
sensación que queda cuando es posible otra explicación.
Las ironías de las piezas se parecen
al artista, él parece una de ellas, agrandado al tamaño natural pero con la
misma sorna que pone a esos personajes significativos del siglo XX y XXI.
El curador e historiador de arte
Álvaro Medina (a mi parecer el mejor de Colombia, léase Procesos del arte en Colombia, con dos ediciones) nos entrega una amplia
reflexión sobre el reducidor de cabezas en su libro: El arte extremo de Maquiamelo, una bella edición bilingüe donde
hace un recorrido por la incidencia del artista en el contexto de la plástica
contemporánea. Nos explica el porqué de este extraño desentrañador de
mundos; nos dice que Maquiamelo conoció, a orillas del río Pastaza, los Shuars, comunidad indígena del Ecuador
donde compartió con los indios Jíbaros, verdaderos reducidores de cabeza, los Tsantsas. Desde adolescente vivió la aventura
de la selva. Medina nos mete, como en un capítulo de la novela La vorágine de José Eustasio Rivera, por
lugares inhóspitos, nos introduce en ritos, yagé y alucinaciones que vivió Maquiamelo
en las ceremonias iniciáticas para llegar a esos silencios en su discernir y el
de sus despojos emblemáticos, envueltos en dermis de anacondas y geometrías sagradas
dentro de su piel y cerebro.
Estamos intervenidos, en la
cotidianidad pedestremente, en la cultura, profundamente. La vida, el mundo,
está intervenido, así el arte lo hace para la abstracción de un entorno que no
vemos y que Maquiamelo estrella contra las dos simetrías de nuestros rostros y
cuerpos.
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Álvaro Medina y su libro sobre Maquiamelo |
Uno no puede más que maravillarse al ver
los despojos irresolutos, provocadores, donde el concepto tradicional de
belleza se fragmenta en las sociedades de hoy y comunica una grata sensibilidad
en el espectador (recuerdo cuando vi las pinturas negras de Goya y sentí que
formaban parte de lo que yo había sido: era). Medina nos habla de belleza perturbadora, y sí, logra ese
impacto. Sin ser monstruos, conservan el hálito de lo que fueron pero agregado
ese misterio entre la vida y la muerte, los secretos de los individuos y los
hiperdiscursos que hacemos al enfrentarlos.
En el libro de Medina puede verse (de
la primera exposición de Maquiamelo) la serie Tribus Urbanas, el nuevo Jíbaro clavado en una estaca, elaborado en
piel de chivo, pigmentos naturales e hilo de cáñamo. El tiempo pasa por los
mechones rojizos, parece un hombre primitivo con su chivera rala y su actitud
de muerto o alucinado. Se atrapa la historia del hombre. Eterno retorno. Espiral
del tiempo.
Nos secretea Medina que Maquiamelo
“en la elección del tema (Tribus Urbanas)
influyó el pelo rizado y largo que el artista en ciernes lucía al volver de su
contacto con los Shuar. En una suerte
de identificación con la música de Bob Marley, Maquiamelo se había hecho un
tocado de trenzas rastas, una expresión de cultura marginal y rebeldía que lo
llevó más tarde, en Nueva York, a tratar con grupos góticos y Punks”.
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Punk, 2008 |
Y aparece un punk de 2008, con sus
múltiples caras, cresta, chivera y cordeles que penden de sus labios. Boca, apretaduras
y silencios expresivos abundan en la obra. ¿Momificación expresiva? No lo creo,
tal vez expresión de la momificación de lo atemporal.
Medina describe las obras iniciales
como si Maquiamelo fuera taxidermista, médico legista o personaje de Lovecraft,
o un Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson. O simplemente espulgador
de piojos y garrapatas o barbero. El carácter de novelista que tiene Medina, combinado
con su análisis plástico, nos hacen partícipes de episodios impactantes en la
vida y obra del artista. Es una delicia leer estos textos llenos de
información, alusiones que hacen vivir escenas trascendentales para entender el
tiempo, espacio y producto de un creador de mundos y seres extraordinarios.
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Gótico, 2010 |
¿Pelo auténtico? ¿Piel, pigmentos que
logran la naturalidad de Frankenstein? En Gótico, 2010, los pelos de la
cresta parecen mecidos por la brisa. La postura lo hace inofensivo, no por lo
pequeño sino por su actitud de paz. Si nos encontráramos con el de tamaño real,
seguramente sentiríamos temor, sospecha. Pero viendo al Gótico reducido nos
despierta sosiego, ganas de responder su saludo.
El cine nos ha aleccionado que los
actos de tortura (también la guerra real) son reflejo del poder, la brutalidad,
el exterminio. Las cabezas de los enemigos se exhiben en estacas como acto
supremo de barbarie. Maquiamelo también pone algunas de sus pequeñas cabezas en
estacas. El hecho violento no está en la obra por asociar la estaca con el
pedestal, el soporte de exhibición. No existe, a mi parecer, el discurso que conecte
las cabezas artísticas con los trofeos de guerra; no existen en esos rostros signos
de tortura, laceración, mutilación o vejación, más bien son apacibles, nos
comparten lo que fueron, lo que significaron históricamente y lo que no dejaron
ver en sus vidas y que el artista se aventura y devela.
Imposible entender el discurso de
Maquiamelo sin estar asociado a lo político y al poder, representado en los protagonistas
que atrapa su disección. Abiertamente comprometido con la crítica social estos seres
tienen múltiples lecturas. No sabemos si la cabeza de Fidel Castro (Cuba Libre,
paperclay, badana, cabello, óleo, cachucha en tela), sin estaca para ser exhibido,
es un homenaje al líder revolucionario o, al contrario, existe una diatriba
subyacente. Luce una gorra verde oliva con la grafía de Coca Cola y en sus
labios cerrados penden dos cuerdas que cruzan sus barbas pobladas. Su expresión
es complaciente, más que de muerto trágico, o rictus de dolor. Nos dice Medina
que la cabeza de Fidel fue llevada a La Habana y el gobierno prohibió su exhibición.
Seguramente en conversaciones del curador con el artista logró un acercamiento
con lo que Maquiamelo quería con esta pieza: “… el artista imaginaba esa Cuba
libre como una combinación de autonomías gubernamentales y buenas relaciones
bilaterales, no de bloqueo y agresiones, el intento de apertura que Obama
ensayó y Trump ha reversado”.
Sí, los retratos-cabezas de los
políticos, generalmente muertos (con excepción de Obama y Trump), tienen los
ojos cerrados (incluido Obama), y las bocas de todos (incluido la de Hugo
Chávez) están apretadas, lo mismo los ojos. Hay elementos que los caracterizan,
el bigotico de Franco, el rizado de Obama, la boina roja de Chávez, que nos
acercan aún más a nuestro mito urbano e histórico. Más adelante, en el libro,
nos atropella Hitler con audífonos gigantes, rojos, oyendo a Wagner.
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Franco, 2013 |
Los tabúes que más seducen son las
divas del cine. Hay en ellas una rara belleza demarcada por la dualidad.
Marilyn Monroe, 2013, es una particular muestra. Su cabellera rubia, sus labios
rojos y su expresión siempre bella nos hace evocarla como en la escena del
metro donde el aire de la rejilla levanta su falda. Y tiene en la mitad de la cara
un color verdoso de óxido u hongo. Seguramente esa parte corresponde a la
triste vida que le tocó en suerte en el amor frente a la tersura de la otra
mitad que pareciera iluminada por los reflectores del cine. Entra en contraste
con Marilyn Forever, 2014, ajada y con la cuerda cerrando sus labios besados y
resecos, su pelo marchito y las sombras de sus historias en el mundo oscuro de
su final.
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Marilyn Monroe, 2013 |
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Marilyn Forever, 2014 |
Me llama la atención el colorido de la divina Greta Garbo, 2015. Cada uno de los admiradores encuentra en sus deidades discursos diferentes, tal como lo dice Medina. Aquí veo lo multicolor de esa actriz grandiosa, apacible, dormida, como después de un acto de amor, y sin la pañoleta que la biografía nos cuenta al retirarse del mundo de oropel a los treinta y seis años para vivir sola y oculta en las calles anónimas de Nueva York: la misma Mujer de las dos caras atrapada en el momento irrepetible del adiós.
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Liz Taylor, 2013 |
Y la bella de la mirada azul
esmeralda parece tener los ojos abiertos en la trasparencia de los párpados,
Liz Taylor, 2013, con trenzas, capul y chaquiras rematando sus haces de pelo
negro, la fierecilla domada de su generación, arrinconada por ocho matrimonios.
Y es Betty Davis eyes, 2015, donde Maquiamelo
nos deja ver un ojo abierto, nos golpea con el iris azul que mira hacia el lado
opuesto del espectador mientras en la otra media cara el párpado lo cubre en
actitud sosegada. Forma de calavera, huesos y fisuras: somos eso. Si se tapa la
media cara de la órbita escueta, se encuentra la hermosa que nos hizo
estremecer en tantas películas.
Y la bella Audrey Hepburn, 2015, con
medio rostro encendido con el rojo de las pasiones. El otro, el halo de
inocencia de Desayuno en Tifanys, el incomparable relato de Truman Capote.
Estoy de acuerdo con Medina cuando
afirma que Maquiamelo subvierte los íconos representativos del mundo de la
cultura norteamericana. También con la factura pop de las escenas o puestas en
escena del artista para ridiculizar un mudo discurso. La costumbre de las luces
de neón como significativa en la construcción de un país que el cine avasalló
con sus colores y tonos mortecinos, en cilindros de barberías y avisos de bares
y cafeterías. Y el sueño americano amalgamado
por el subdesarrollo que intentaba llevarse en sus corazones la opulencia de
los parques hollywoodenses de Miami y
Orlando, el Disney Word que antes legaron
en comics y cine animado.
Así, la pieza Mickey Mouse, 2017, tiene la sonrisa profunda y negra y sus medios
rostros contrastan entre el poder de la bandera norteamericana con sus
estrellas insinuadas y el inocente roedor utilizado bajo el símbolo de la
comunidad poderosa que se complementará con
Rico McPato, en su caja fuerte y sus monedas de oro desbordadas, sojuzgando
a las demás sociedades. Dividiendo los espacios (del libro) no por azar sino
por coherencia del discurso, la cara emblemática del poder y de la
esquizofrenia, al decir de Medina: Trump con su bisoñé rubio y la sombra
putrefacta de su lado imposible de ocultar mientras su boca, como en muchos de
los personajes, existe un cordón con nudo ciego. Los párpados parecieran de un
hombre que ha llorado mucho o que ha dormido poco. Hay un rictus en sus labios
que se trasformará en Roland McDonals, el payaso que grita-ordena, oculto en el
maquillaje de mimo y con el hueco de la palabra, como túnel que más produce miedo
que risa. El juego con las palabras y las caligrafías son ingeniosas, no hay
nada y hay todo a la libre interpretación. Las cuatro cabezas, Donal, Trump,
Mickey y el payaso conforman dos triángulos equiláteros montados en cajas de
regalo y pedestales falsos y luego en la ironía de las guerras e intrusiones en
sus jeeps y tanquecitos de guerra. Pero desde siempre atrapado en los muros de
su propia desgracia.
El arte nos entrega silencios de
discursos que retumban en la historia de la cultura y la política. Íconos del
poder mezclados con objetos, tipografías y entornos, puestas en escena donde el
espectador permanece por largos minutos inerte, los elementos avasallan en la
interioridad específica de cada uno.
Donde acaba la palabra empieza la música,
ese arte inasible que solo los grandes compositores e intérpretes lo
representan. Maquiamelo convoca el concierto de varias generaciones donde los
años sesenta ocupan los espacios de la alegría.
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Elvis Presley, 2018 |
El rey del rock and roll, Elvis
Presley, 2018, (alunita y cuarzo de Colombia) está inmortalizado en minerales
sagrados. Eternamente joven, con los ojos abiertos y su abrupta media cara de
sus obsesiones y fracasos. Jimy Hendrix, el poeta de la guitarra atrapado en un
dulce sueño de malaquita del Congo, 2018. Y Janis Joplin, la reina blanca del
blues, saliendo de la Azurita de USA, como los prisioneros de Miguel Ángel, con
su sonrisa de diosa de la voz y el grito de la angustia o el placer en la
alucinación de la heroína. John Lennon, 2018, en esmeraldas de Colombia, con
sus lentes redondos de la mejor época de Imagine,
“You may say I'm a dreamer /But I'm not the only one/ I hope someday
you'll join us /And the world will be as one”[2]. Prince, 2018, en amatista
del Brasil, Kurt Cobian, 2018, en cuarzo de Colombia. Varias veces Michael
Jackson, 2014 y 2015, vida y muerte. El de resina y hojilla de oro, bien parece
una máscara egipcia y prehispánicas con apacible y brillante pasado glorioso.
El de 2014, en paperclay, badana, óleo y cabello, dispuesto a salir a escena
con los rasgos de su pigmentación vergonzante.
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John Lennon, 2018 |
Salto las páginas como jugando al
deslumbramiento. Ahí está, el temible bandido del siglo XX, el Patrón, capo de
capos, hacedor de muerte: Pablo Escobar, su cabeza macabra sobre un plano de
luto, la misma cara que vimos medio cubierta en la bandeja de acero donde lo
llevaron luego de bajarlo de un tejado, lleno de balazos. No tiene cuerda que
cierre sus labios. Su rostro tiene el tizne del homicida y, la descripción de
la pieza, reza: Pablo Escobar, 2015, paperclay, porcelanicrón, piel de badana,
óleo, bálsamo, betún de judea, cabello, dos balas. Detrás, completa la redondez
que albergó el cerebro de lo macabro, la calavera con sus grandes órbitas
vacías y sin maxilar inferior. ¡Cuánta significación! ¡Cuánto terror!
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Pablo Escobar, 2015 |
Maquiamelo es excepcional, la extraña
belleza de su trabajo, la finura como saca de los materiales las expresiones
que atrapan personalidades evidentes y ocultas lo hacen un escultor retratista,
provocador. Un artista que grita en silencio, que no se conforma con el mundo
que le toca vivir y subvierte los espacios y sus significados para atomizarlo.
Un artista que no compite con el arte del consumo sino que elabora con sus
manos el discurso de su tiempo.
Jorge Eliécer Pardo
Bogotá, junio de 2019
[1] Doppelgänger ([ˈdɔpəlˌɡɛŋɐ])
es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico o sosias malvado de
una persona viva. La palabra proviene de doppel, que significa «doble» y
gänger: «andante».
[2] Dirás
que soy un soñador/ pero no soy el único/ quizá algún día te sumes a nosotros/ y
el mundo será de todos.
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