7 de marzo de 2012

INVITADO: Carlos Orlando Pardo: García Márquez en El Tolima.


Los 85 años de Gabriel García Márquez 
y su paso por Ibagué

Por Carlos Orlando Pardo
Gabriel García Márquez, Carlos Orlando Pardo, Arnulfo Sánchez y Augusto Trujillo. Ibagué, 1995


La cultura, como la literatura, dijo, es como un perro rabioso que va por la calle mordiendo a quien se le de la gana sin pedirle permiso a nadie—

Hace ya 17 años, para octubre 26, cuando Gabriel García Márquez estuvo en Ibagué, tenía tan sólo 68 primaveras. Llegó al hotel Ambalá invitado por Jorge Alí Triana que rodaba algunas escenas para la película Edipo alcalde, basados en su historia, en la legendaria hacienda de el Vergel. Allí pudimos verlo mediante una cita concertada y tener el gran gusto y el honor de conversar con él por varias horas mientras rendíamos, sólo para los dos, una gran botella de whisky de etiqueta negra servida por un mesero alto de corbatín que atendía diligente el llamado. Hoy, cuando cumple sus primeros 85 en medio del registro jubiloso mundial, evocamos aquellos memorables momentos, desde las nueve de la mañana, inclusive hasta las cuatro de la tarde cuando ya permitió la entrada de algunas personas, entre ellas mi esposa, una adoradora de su obra, Augusto Trujillo Muñoz y Arnulfo Sánchez López, saliendo al rato para consentir, preguntándome primero quién era, un par de preguntas al sacerdote Arango que con cámara de reportaje se desplazó a esperar con paciencia de monje antiguo el instante privilegiado, lo mismo que personas jóvenes y viejas que corrieron a agotar algunos de sus libros para alcanzar una firma en la primera página y hasta goterear inmortalidad con fotos de ocasión.  Durante aquella larga jornada donde me sentía transportado al igual que los católicos sectarios viendo al Papa, la conversación se extendió desde los lejanos años cuando lo había conocido, la dedicatoria que me hizo en la primera página de Cien años de soledad al obtener el Premio Nacional de Minicuento donde él era jurado junto a Daniel Samper, Enrique Santos Molano y Nicolás Suescún en 1982 y las escenas de otros momentos donde pude estar cerca recibiendo resplandores de su grandeza merecida. Como era natural, nuestra charla versó sobre literatura y era más lo que preguntaba que lo que decía, hasta que llegó el momento de mis interrogantes para escucharlo embelesado. Transcribo, sin enmiendas, la nota que escribí entonces para el suplemento literario Voces, de Tolima 7 días que dirigía entonces.
Antecedentes                        
Gabriel García Márquez pisó por segunda vez en su vida el territorio del Tolima en 1995. La primera, con 25 años y como desconocido reportero de un diario capitalino interesado en cubrir la violencia que atravesaba el municipio de Villarrica. Ahora, cargado de merecida gloria, para ver de cerca la filmación de algunas escenas de una nueva película con guión suyo. Durante tres días, alojado en la suite  presidencial del hotel Ambalá, el famoso Premio Nobel se dio a la tarea de levantarse tarde, desayunar frugalmente, leer algunos periódicos, revisar textos de su último libro y bajarse en un cómodo automóvil particular hasta la hacienda el Vergel donde se sucedían las tomas de Edipo alcalde. La hermosa casona, envejecida aún más a propósito y por determinación del director de la cinta, el tolimense Jorge Alí Triana, estuvo atestada de luminotécnicos, actores y hasta curiosos. Allí conversamos solos varias horas en medio de unos whiskies, mientras el escritor al final soportaba a los visitantes especiales que llevaban algunas de sus obras para el autógrafo o en busca de perennizar su recuerdo tomando fotos donde posaban a su lado. 
UNA EVOCACIÓN A GERMÁN VARGAS.
Le dijimos de entrada cómo habíamos soñado durante varios años con su presencia aquí, en Ibagué. Advertimos de qué manera, junto al papá grande de la literatura colombiana, el inolvidable Germán Vargas Cantillo, teníamos el deseo siempre vivo de lograrlo y cómo, entre tanto, él no solo contó secretos de su larga amistad, anécdotas poco conocidas, sino que nos dejó acariciar la posibilidad de ese placer.  Ante la mención del personaje de Cien años de soledad  que se hizo familiar a los tolimenses por cuanto cada semestre, por lo menos, visitaba estos sagrados lugares, se vio impulsado a beber un trago grande de whisky.
Él era un ser particular, dijo. Era capaz de irse a pequeños poblados para presenciar el lanzamiento de un autor desconocido y escribir en sus columnas de Cromos o El Heraldo y en las tantas revistas que pedían su colaboración, que se trataba de un nuevo valor al que había que poner cuidado. En verdad no se equivocó mucho y llegó a acertar, tal como lo hizo conmigo.
FUMAR NO ES UN PLACER.
Al verme prender mi primer cigarrillo recordó su ya lejana afición por este vicio tonto y recordó que lo había dejado definitivamente cuando  inició el proceso de escritura del Otoño del Patriarca. Me dije que dejaría de fumar en el primer capítulo y como la novela es un sólo gran capítulo de 300 páginas, casi sin puntuación, la manía quedó atrás y para siempre. Y ya ves,- puntualizó-, hace pocos meses tuve un lío más o menos severo con un pulmón. Son las consecuencias tardías de tantos años en la actitud compulsiva de lo inútil.

EL MINISTERIO DE CULTURA ES UN EMBELECO.
Ante la pregunta sobre el controvertido ministerio de cultura, fue claro en continuar su rechazo. La cultura, como la literatura, dijo, es como un perro rabioso que va por la calle mordiendo a quien se le de la gana sin pedirle permiso a nadie.
LA AMISTAD COMO ALGO SAGRADO.
Después de nuestra charla privada, fuimos a un rincón desde donde examinábamos a Jorge Alí Triana gritando silencio, cámara, acción. Lo hacía con impaciencia. ¿Así son todos los tolimenses? dijo. Este es neurótico, tal vez por lo perfeccionista. Un whisky final con la botella más abajo de la mitad, tenía ya la compañía de Arnulfo Sánchez, Augusto Trujillo, Lina Uribe y mi esposa Jackeline Pachón. Hablamos de los amigos. Nunca dejo de sacar tiempo para ellos porque es como un lapso sagrado, necesario, vital. Sin embargo, he salido del encierro de continuar hablando con los de mi propia generación. Ahora lo hago con los de la nueva. La experiencia que tengo, por ejemplo, con la creación de la escuela de cine en la Habana y luego  la escuela de periodismo, me dejan la sensación de entender lo fresco. Ellos no son como nosotros que rechazábamos de tajo a los anteriores. Lo miran a uno con natural desconfianza, pero algo le oyen. 

UN ESCRITOR NO DEBE AUTOCENSURARSE.
Al inquirirme sobre qué estaba escribiendo ahora, le hice referencia a mi nuevo proyecto sobre los tolimenses fuera de la ley, manifestándole mis dudas. Puede uno terminar haciendo la apología del delito, dije. En el Tolima, comentó, sí que ha habido bandidos y lo creo un libro útil. Lo primero que debe hacer un escritor es dejar de autocensurarse. Fíjate que aquel bandido romántico como Palomo Aguirre o los primeros guerrilleros que eran idealistas tienen una historia apasionante. Pero si de algo te sirve, aclaró, acabo de terminar un libro de 700 páginas que refiere la historia de los secuestros ordenados por Pablo Escobar. A él lo dejo como telón de fondo porque terminaría dándole categoría de héroe cuando fue todo lo contrario, así tuviese audacias y, en ocasiones, actos conocidos de humanidad.

UN CASO INSÓLITO.
Fuera de Echandía y López Pumarejo, anotó, ¿qué historia se te hizo más interesante en protagonistas del Tolima? Le hablé de varios pero me detuve en Oscar Buenaventura. Luego de triunfar en Estados Unidos, ser elogiado por maestros como Copland y dirigir coros y orquestas, quedó, por su temperamento, metido en el silencio y en el aislamiento. Vive en una casa vieja, rodeado de gatos y a falta de piano, tiene en una mesita de madera dibujado el teclado para practicar. Quien lo ve de lejos, o de cerca, puede conceptuar que está chiflado. ¿Cuántos años tiene? 72 le dije. Es un bebé, afirmó y pensando un poco, dijo que lo insólito no era su falta de piano sino cómo, en la llamada ciudad musical, nadie hubiese sido capaz de regalarle uno. Para rematarle mi historia, le conté que él ensayaba los martes y los jueves y que en Chicoral conservaban silencio porque lo escuchaban. Vino otro amarillo.

SU VIAJE A VILLARRICA.
Tenía 24 años cuando arribó a Villarrica como parte de un equipo de redactores que cubrirían un enfrentamiento del ejército contra la guerrilla. Estos, advertidos de su presencia tras su arribo en un helicóptero prestado en Melgar por su base, empezaron un estruendoso tiroteo que dejó varios muertos entre los militares. El pueblo parecía un pesebre con un pequeño parque lleno de tanques de guerra y hombres uniformados hasta los dientes. Entre cubrir la noticia, regresar por tierra a través de una carretera angosta y difícil y bien al final de la noche sentarse a redactar lo sucedido,  se le fueron las horas. Al finalizar la crónica, una llamada del palacio presidencial prohibiendo toda publicación, lo dejó sin aliento como mascando rabia. Fue su primera llegada y su primer testimonio. Ahora esperamos para las próximas semanas que cumpla su promesa del regreso.
Epílogo.
Desde luego no lo cumplirá. Pero llega cada cierto tiempo, cada vez que aparece un nuevo libro suyo, o cuando algún lector desconocido lo abre para ingresar al mundo mágico de sus historias. Brindamos virtualmente desde la distancia por sus 85 y bendecimos leerlo siempre como quien regresa a su primer amor apasionado. Y seguiremos siendo no gabólogos sino gabólatras porque es el más grande colombiano para el mundo.

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