1 de junio de 2012

LECTURAS COMPARTIDAS: Verdes Sueños, novela de Cecilia Caicedo Jurado


Verdes sueños:
Sin vendas para los fusilados:
Cecilia Caicedo y la novela de los vencidos

Por Jorge Eliécer Pardo


Cecilia Caicedo Jurado
Este es un libro de aventuras, de aventuras de guerras y amores, de paisajes y tristes episodios que nos hizo como somos. Un libro susurrado con un tono de confesión, de oralidad unas veces, de crónica otras, pero sobre todo, de verdad. No nos importa si hay una fidedigna verdad histórica, lo que sí nos damos cuenta es que existe en ella la verosimilitud que exige la literatura.

Este libro rinde homenaje a las mujeres, a las que amasan el pan y las que acompañan a sus hombres en las luchas libertarias. Las mujeres que deambulan por estas páginas son más perdurables en el corazón del lector que el mismo Bolívar, por más aureolas que ostente, o que Agualongo, el aguerrido y obstinado luchador al servicio del rey Fernando VII.

Aquí se cuenta —como en una narración juvenil a la luz de una fogata— lo que aconteció en tiempos de la Independencia cuando un pueblo tranquilo moldeó las primeras hostias que habría de consagrar la iglesia pero que en el arcón se llenaron de gusanos. Larvas, gusanos blanco albino, blanco sepia, sepia oscuro, verde claro y verde intenso, verdes sueños, sueños verdes. Esta reiteración corresponde al título del libro: Verdes sueños. Las hostias-personajes, las hostias que, poco a poco, van desapareciendo dejando en el lector la expectativa de que invaden el libro y lo conviertan en trasgresión, violenta imagen de la fragilidad de lo sagrado. El hermoso trigo que vuelto pan da fama al sur de Colombia. Se siente el olor y la paciencia de las indígenas  fabricando hostias finas al rayar el alba. Soterrada contradicción entre el olor limpio de lo americano y el hedor rancio de lo español.

La novela parecería bucólica más aún cuando ilustran la portada con un dibujo de esos que ya nadie quiere tener, con tejas de adobe, torres de catedral y pequeños campesinos con sombreros, vecinos y ropa en el alambre. No es bucólico ni apologético: es un libro humano, terriblemente humano.

Cecilia Caicedo Jurado recrea el lejano siglo XIX sin caer en el lenguaje peninsular que tanto ha hecho fracasar a los escritores contemporáneos cuando abordan el tema y lo acartonan con la falsa apreciación de justificar giros, jergas y  arcaísmo. La novelista se acompaña con alusiones a la literatura clásica y sus héroes, sin adjetivaciones ni cantos épicos, moldean un corpus del ahora, del presente en las voces de sus protagonistas. Fusiona épocas con el frágil y peligroso instrumento de la literatura: el lenguaje; desde el siglo de oro, los tonos bíblicos, la épica moderna. Entornos que redimen rituales. Lenguaje que rescata no sólo los paisajes (aspecto tan reiterado en este tipo de narraciones con pretensiones históricas) sino el amor, los símbolos del poder, los vestidos y, sobre todo, el anuncio de los seres humanos, con aciertos y defectos, que toman vida en fragmentos memorables en la literatura contemporánea colombiana, como la dolorosa imagen del suplicio del río en la guerra, ese símbolo del abismo y la opresión, donde los hombres son amarrados por la espalda y arrojados al vacío. Todas las generaciones han vivido el suplicio del río, la purificación invertida de la muerte por ideales sin sentido, por el honor y la honra o por la estupidez humana. Este símbolo del río-cadalso es tratado en la novela con alto tono literario, con excelsa prosa por la profundidad y los silencios.

Al crear mundos novelísticos, ámbitos que subyugan al lector, que lo postran ante el texto frente al conocimiento del escritor del entorno que atrapa en el tiempo, confirman la destreza del oficio. Ordenó no abrir la ventana, había sólo una mecha ardiendo, era una lámpara que tenía un pabilo de lana sumergido en una cuenca con aceite de linaza. El olor era rico, pero la luz muy pobre.

Microhistorias que desde la tercera parte del libro reconcilian al lector y lo llevan hasta la página final que, aunque ya sabemos de qué se trata, lo que importa es cómo se trata. El lenguaje que nombra el pasado es de hoy y, a mi manera de ver, los acontecimientos también lo son. Aún tenemos en las montañas guerra de guerrillas, rebeldes y fusilados. Con un lenguaje poético que adquiere momentos muy altos en el tratamiento de las escenas y fragmentaciones, la autora trasgrede los discursos beatos para abordar el erotismo en detalles insignificantes como el velo de las novicias.

Lo histórico, sobre todo las narraciones de las guerras de los pueblos, debe estar unido a lo humano o se convierte no en literatura sino en informe castrense, en apología ideológica. Hay una generación de autores nacionales que ya apuntan a hacer una novelística que junta lo mundano con lo heroico, lo simple de las narraciones orales en diálogo o controversia con los gruesos volúmenes de la historia oficial.

En este libro se cuenta el devenir de una ciudad, su formación y su espíritu religioso y monárquico, pero es lo que menos importa o por lo que no podemos juzgarlo. El personaje rebelde es derrotado, quizás para algunos debía morir fusilado por su fidelidad a un rey invisible. La historia es así cuando es verdadera, cuando arriesgamos a encontrar, en los entrecomillados, traidores, seres de carne y hueso, sentimientos y dolores que lucharon en uno de los bandos.

Esta novela no es la biografía de un guerrillero, en el lenguaje del siglo XIX que es el mismo del siglo XXI; no, es la historia de una época, del crecimiento de la América libre. No es la historia del héroe vencido sino del héroe renacido para la especulación o la reflexión de lo que hemos construido y seguimos construyendo en una país siempre beligerante.
No es una literatura al servicio de, al contrario, es una literatura para la literatura con telones que caen y vuelven a levantarse para escenificar los horrores de las conflagraciones.
No es una novela contra o a favor de nadie, si a favor de seres arrinconados bajo un altar o en la plaza principal mirando impávidos un fusilamiento. Bolívar o Sucre, Agualongo o las mujeres de la guerra, son todos los que contribuyeron al proyecto de la violencia.
Saludo esta novela dentro del panorama de la literatura colombiana porque rescata a hombres y mujeres a quienes los arrolló la historia y no por eso quedaron con los ojos vendados, condenados al olvido.

Jorge E Pardo
Bogotá, El Nogal, mayo de 2012 


Verdes sueños, Cecilia Caicedo Jurado, Gobernación de Nariño, diciembre de 2011, 182 páginas.

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