Verdes
sueños:
Sin vendas para los fusilados:
Cecilia Caicedo y la novela de los vencidos
Por Jorge Eliécer Pardo
Cecilia Caicedo Jurado |
Este es un libro de
aventuras, de aventuras de guerras y amores, de paisajes y tristes episodios
que nos hizo como somos. Un libro susurrado con un tono de confesión, de
oralidad unas veces, de crónica otras, pero sobre todo, de verdad. No nos
importa si hay una fidedigna verdad histórica, lo que sí nos damos cuenta es que
existe en ella la verosimilitud que exige la literatura.
Este libro rinde homenaje a
las mujeres, a las que amasan el pan y las que acompañan a sus hombres en las
luchas libertarias. Las mujeres que deambulan por estas páginas son más
perdurables en el corazón del lector que el mismo Bolívar, por más aureolas que
ostente, o que Agualongo, el aguerrido y obstinado luchador al servicio del rey
Fernando VII.
Aquí se cuenta —como en una
narración juvenil a la luz de una fogata— lo que aconteció en tiempos de la
Independencia cuando un pueblo tranquilo moldeó las primeras hostias que habría
de consagrar la iglesia pero que en el arcón se llenaron de gusanos. Larvas, gusanos blanco albino, blanco sepia,
sepia oscuro, verde claro y verde intenso, verdes sueños, sueños verdes.
Esta reiteración corresponde al título del libro: Verdes sueños. Las hostias-personajes, las hostias que, poco a
poco, van desapareciendo dejando en el lector la expectativa de que invaden el
libro y lo conviertan en trasgresión, violenta imagen de la fragilidad de lo
sagrado. El hermoso trigo que vuelto pan da fama al sur de Colombia. Se siente
el olor y la paciencia de las indígenas
fabricando hostias finas al rayar el alba. Soterrada contradicción entre
el olor limpio de lo americano y el hedor rancio de lo español.
La novela parecería bucólica
más aún cuando ilustran la portada con un dibujo de esos que ya nadie quiere
tener, con tejas de adobe, torres de catedral y pequeños campesinos con
sombreros, vecinos y ropa en el alambre. No es bucólico ni apologético: es un
libro humano, terriblemente humano.
Cecilia Caicedo Jurado recrea
el lejano siglo XIX sin caer en el lenguaje peninsular que tanto ha hecho
fracasar a los escritores contemporáneos cuando abordan el tema y lo acartonan
con la falsa apreciación de justificar giros, jergas y arcaísmo. La novelista se acompaña con
alusiones a la literatura clásica y sus héroes, sin adjetivaciones ni cantos
épicos, moldean un corpus del ahora, del presente en las voces de sus
protagonistas. Fusiona épocas con el frágil y peligroso instrumento de la
literatura: el lenguaje; desde el siglo de oro, los tonos bíblicos, la épica
moderna. Entornos que redimen rituales. Lenguaje que rescata no sólo los
paisajes (aspecto tan reiterado en este tipo de narraciones con pretensiones
históricas) sino el amor, los símbolos del poder, los vestidos y, sobre todo,
el anuncio de los seres humanos, con aciertos y defectos, que toman vida en
fragmentos memorables en la literatura contemporánea colombiana, como la
dolorosa imagen del suplicio del río en la guerra, ese símbolo del abismo y la
opresión, donde los hombres son amarrados por la espalda y arrojados al vacío.
Todas las generaciones han vivido el suplicio del río, la purificación
invertida de la muerte por ideales sin sentido, por el honor y la honra o por
la estupidez humana. Este símbolo del río-cadalso es tratado en la novela con
alto tono literario, con excelsa prosa por la profundidad y los silencios.
Al crear mundos novelísticos,
ámbitos que subyugan al lector, que lo postran ante el texto frente al conocimiento
del escritor del entorno que atrapa en el tiempo, confirman la destreza del
oficio. Ordenó no abrir la ventana, había
sólo una mecha ardiendo, era una lámpara que tenía un pabilo de lana sumergido
en una cuenca con aceite de linaza. El olor era rico, pero la luz muy pobre.
Microhistorias que desde la
tercera parte del libro reconcilian al lector y lo llevan hasta la página final
que, aunque ya sabemos de qué se trata, lo que importa es cómo se trata. El
lenguaje que nombra el pasado es de hoy y, a mi manera de ver, los
acontecimientos también lo son. Aún tenemos en las montañas guerra de
guerrillas, rebeldes y fusilados. Con un lenguaje poético que adquiere momentos
muy altos en el tratamiento de las escenas y fragmentaciones, la autora
trasgrede los discursos beatos para abordar el erotismo en detalles
insignificantes como el velo de las novicias.
Lo histórico, sobre todo las
narraciones de las guerras de los pueblos, debe estar unido a lo humano o se
convierte no en literatura sino en informe castrense, en apología ideológica. Hay
una generación de autores nacionales que ya apuntan a hacer una novelística que
junta lo mundano con lo heroico, lo simple de las narraciones orales en diálogo
o controversia con los gruesos volúmenes de la historia oficial.
En este libro se cuenta el
devenir de una ciudad, su formación y su espíritu religioso y monárquico, pero
es lo que menos importa o por lo que no podemos juzgarlo. El personaje rebelde
es derrotado, quizás para algunos debía morir fusilado por su fidelidad a un
rey invisible. La historia es así cuando es verdadera, cuando arriesgamos a
encontrar, en los entrecomillados, traidores, seres de carne y hueso,
sentimientos y dolores que lucharon en uno de los bandos.
Esta novela no es la
biografía de un guerrillero, en el lenguaje del siglo XIX que es el mismo del
siglo XXI; no, es la historia de una época, del crecimiento de la América libre.
No es la historia del héroe vencido sino del héroe renacido para la especulación
o la reflexión de lo que hemos construido y seguimos construyendo en una país
siempre beligerante.
No es una literatura al
servicio de, al contrario, es una literatura para la literatura con telones que
caen y vuelven a levantarse para escenificar los horrores de las conflagraciones.
No es una novela contra o a favor
de nadie, si a favor de seres arrinconados bajo un altar o en la plaza
principal mirando impávidos un fusilamiento. Bolívar o Sucre, Agualongo o las mujeres
de la guerra, son todos los que contribuyeron al proyecto de la violencia.
Saludo esta novela dentro del
panorama de la literatura colombiana porque rescata a hombres y mujeres a quienes
los arrolló la historia y no por eso quedaron con los ojos vendados, condenados
al olvido.
Jorge E Pardo
Bogotá, El Nogal, mayo de
2012
Verdes sueños,
Cecilia Caicedo Jurado, Gobernación de Nariño, diciembre de 2011, 182 páginas.
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