17 de mayo de 2017

CRÍTICA: Una lectura desde la experiencia. Yamel López sobre Trashumantes de la guerra perdida

Trashumantes de la guerra perdida
La novela de la guerra

Yamel López
Científico, Phd de la Universidad de Lovaina
Profesor Emérito Universidad Nacional de Colombia



Desde tiempos no tan remotos pero sí muy azarosos, cuando jugábamos trompo en la calle de Tres Esquinas, en El Líbano, Tolima, donde di los primeros pasos sobre el mismo andén junto a los hermanos Jorge Eliécer y Carlos Orlando, guardé la esperanza de que alguien, ducho en el oficio de las letras, me rememorara implacablemente, con enorme ternura, aquello tan oscuro e inhumano de lo que fuimos testigos en esos años tan luminosos pero tan tristes durante los cuales nosotros también fuimos trashumantes de la eterna guerra que aún estamos a punto de perder.
Esperé más de seis décadas para que algún consueta avezado me recordara, en un lenguaje poético, con valentía y sin ambages, aquellos hechos siniestros y absolutamente veraces como lo atestigua el trashumar de mi propia vida tan ligada al devenir de Jorge Eliécer Pardo.
Su narración está lejana del lenguaje de la pornografía sobre la violencia a la que nos tienen acostumbrados tanto malos periodistas como algunos medios audiovisuales oficiales.
Es probable que el complot de los poderosos que, con un designio infernal, desencadenaron el infame espiral de violencia que hoy (mayo de 2017) todavía nos envuelve como con un manto maligno, haya logrado que en la frágil memoria colectiva de nosotros, los colombianos, los hechos terribles se hayan transformado en sucesos baladíes dignos de ser engavetados debajo de  las zonas más reptilianas de nuestro cerebro colectivo.
La técnica maestra de García Márquez logró que aceptáramos sin reticencia que un suceso tan onírico como el ascenso de Remedios la Bella envuelta en un aletear de sábanas sea un hecho real y hoy, luego del ejercicio de escuchar a mi consueta Jorge Eliécer Pardo durante las nítidas y humanas páginas de Trashumantes de la guerra perdida, caigo en la cuenta de que en ellas mi consueta ha logrado con maestría la hazaña de dar estatus de pesadilla a la realidad que hemos vivido y continuamos viviendo y seguiremos viviendo al mejor estilo de los monstruos de H.P. Lovecraft.
Desde la obra de mi consueta, la oligarquía luciferina colombiana, cuya maldad es inenarrable, no podrá salvarse de ser condenada a arrastrar eternamente la carreta de los cachivaches ensangrentados de todos los trashumantes de la guerra perdida a la que nos ha querido condenar su infinita infamia. La obra de Jorge Eliécer es fundamental para construir el memorial de agravios que, pese a las centenarias marrullas de las élites, más temprano que tarde, logrará su sitio de honor en la recuperada memoria colectiva de los colombianos y de la humanidad.
Los hacedores de la guerra están condenados a que en el momento menos pensado reaparezcan los espíritus justicieros de Adancito Agudelo y Roberto González Prieto, dos paisanos nuestros, que ajusticiaron al esbirro León María Lozano, El Cóndor, al salir de una de las muchas iglesias como a las que asisten los sicarios de Medellín a dar gracias, como lo hacen sus amos, por sus maldades sobre nuestra más inmediata semejanza, como dice Jorge Zalamea.
Hoy, en un atardecer semejante a aquel 16 de julio de 1951, cuando el viejo luchador de los bolcheviques del Líbano, mi padre Gregorio, llegó jadeante del cementerio, ensangrentado por las balas chulavitas para iniciar, con su manojo de hijos y Bertilda, la hermana de Higinio, otro luchador de los artesanos, sacrificado en las jornadas de 1929, nuestra propia trashumancia por los conventillos de Bogotá.
Luego de Trashumantes de la guerra perdida de Jorge Eliécer Pardo, los culpables de esa infinita infamia no podrán escamotear la cuchilla justiciera de la historia ni eludir la sentencia de Carlyle: Los necios creen que porque un fallo no llega en un día, en 100 días, en 100 años, la verdadera justicia no existe, pero se equivocan porque ese fallo llegará tan seguro como la vida, tan seguro como la muerte. Con la novela de Pardo, la justicia empieza sobre las alas de una novela memorable.


Líbano, hogar de los Trashumantes, Abril de 2017

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