Los secretos en los rostros de Eddy Galvis
Por Jorge Eliécer Pardo
Había visto dos grandes
formatos de rostros de mujeres en la casa del embajador de México y encontré en
ellos ese enigma que luego desentrañé parcialmente en la exposición del Centro
Gabriel García Márquez: Eddy Galvis, Rostros
como signo, en la sala Dévora Arango. Enero 17 a febrero 17 de 2013.
No somos observados por esas
mujeres, más bien somos soslayados, a veces espiados. Pero ellas, adustas y
hermosas, lejos de los rostros fashion,
nos reflejan el tiempo detenido de la reflexión y bien pudiéramos afirmar
pertenecen a la etnia de las amorosamente fuertes, eróticamente receptivas.
Eddy Galvis logra la
intimidad en ese largo laberinto de la galería, en los profundos espacios de
luz, reborde y espacio, en los ojos expresivos así estén cerrados,
profundizando un universo personal que sólo los ademanes pueden definir, como
esos secretos femeninos que sabemos están ahí pero que no vemos.
Mi visita a la exposición. Enero 20 de 2013 |
En las pinturas de Eddy hay
un discurso subyacente de expresiones poco convencionales. A pesar de ser una
hilera de cuadros —diríamos una fila de mujeres— cada una toma su propia esencia
y parece relatar su íntima historia.
Sé que una de las diferencias
entre hombre y mujeres es la capacidad del sexo femenino para la reflexión
íntima, personal. Las mujeres tiene ese don natural. En los cuadros lo vemos
con claridad. Bocas y ojos lo descubren. O no lo descubren sino que lo develan.
Hay que estar largos
instantes mirando a cada para que nos cuenten lo que son o lo que cada uno de
nosotros quiere que sean o lo que hubieran podido ser en la larga argumentación
de sus vidas.
Todas a la vez resultan
intimidantes. Una a una resulta retador, de una perversa coquetería
despreciativa.
Si pusiera una cara de mujer
de la artista Eddy Galvis al fondo de mi corredor, cada vez que abra la puerta
de mi apartamento estaría dispuesta a contarme una anécdota, a relatarme lo que
los cuadros viven más allá de la madera, el óleo o la tela.
Poseen expresiones vivas, así
parezcan planas. Si el rostro del fondo de mi corredor no está limitado por los
cuatro lados del marco sino por el contrario —como muchas de la exposición—
está rebordeado, acariciando el pómulo, dando redondez a la cabeza y con una buena
luz, aparece en nuestra imaginación todo el cuerpo, grande y voraz.
Aún no estoy seguro si conecto con las rebordeadas o es por el respeto que tengo a ciertas mujeres que me hace repensar mi acercamiento con uno de los rostros proyectados. ¿Será acaso que los hombres hacemos proyecciones y esas caras coquetas e insinuantes muchas veces nos animan a aventurarnos?
No podría afirmar que son autoretratos de la autora o recreaciones de su propia imagen porque la Eddy que conozco es más extrovertida que las que están atrapadas en las pinturas. Sí puedo decir que es una recreación de las distintas Eddys que hay por el mundo con la particularidad de la coquetería soterrada y maliciosa, por ello poética y llena de misterios.
La compañía de los libros —dentro de la librería del Fondo de Cultura Económica—
le dan a las obras el mismo silencio del que he hablado porque las palabras de
los textos son igualmente secretos mientras no retoman el mágico instante de
ser leídos.
Finalmente, un rostro de mujer adherido a los materiales es la compañía a la que todo ser humano debe aspirar para las conversaciones solitarias.
Jorge Eliécer Pardo
Bogotá, enero 20 de 2013
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Eddy Galvis con el maestro Darío Ortíz, ©JEP, 2012 |
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En el centro Eddy Galvis, a la derecha la cantautora Olga Walkiria, ©JEP 2012 |
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